Marguerite Duras. Brillante, única y también mala persona.
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Ella se mueve, se le entreabren los ojos. Pregunta: ¿Cuántas noches pagadas aún? Usted dice: Tres.
Ella pregunta: ¿No ha querido nunca a una mujer? Usted dice que no, nunca.
Ella pregunta: ¿No ha deseado nunca a una mujer? Usted dice que no, nunca.
Ella pregunta: ¿Ni una sola vez, ni un instante? Usted dice que no, nunca.
Ella dice: ¿Nunca? ¿Nunca? Usted repite: Nunca
Ella sonríe, dice: Es raro un muerto.
Y vuelve a empezar: ¿Y mirar a una mujer, no ha mirado nunca a una mujer? Usted dice que no, nunca.
Ella pregunta: ¿Usted qué mira? Usted dice: Todo lo demás.
Ella se despereza, se calla. Sonríe, vuelve a dormirse.
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Usted llora. Ella dice: No llore, no merece la pena, deje esa costumbre de llorar por usted mismo, no merece la pena.
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Con todo, así pudo usted vivir este amor de la única forma posible para usted, perdiéndolo antes de que se diera.
Gracias Marguerite Duras
Es difícil catalogar a Marguerite Durás. A veces la amo y otras veces me resulta tan intensa que se me hace falsa. Un poco mentirosa.
Desde que me enteré de que había sido no tan buena persona como era de esperar, la leo diferente. La leo de todas formas, pero al mismo tiempo, sin querer (o no) la juzgo. Y es normal. No me esperaba eso de ti, Marguerite. No esperaba ni que fueses maltratadora ni que apoyases a un pedófilo… Pero qué le vamos a hacer. Cada uno es fruto de su tiempo y circunstancias, ¿verdad?